Durante décadas, cada avance tecnológico prometió revolucionar la educación: primero fueron los laboratorios escolares, luego las pizarras digitales y, más recientemente, las computadoras portátiles para todos los estudiantes. Sin embargo, cada una de esas “soluciones” terminó en decepción: equipos que nadie usaba, plataformas desconectadas del currículo y proyectos que se desvanecían antes de mostrar resultados claros.